
Por Andrea Salomone. Lic. en Comunicación Social.
Esta semana se cumplieron cien días desde que el joven de 28 años fuera visto por última vez con vida, su desaparición y posterior confirmación de muerte se produjeron en el marco de una Argentina sumamente afectada y convulsionada ante ese hecho. Desde aquel 1ro de Agosto a la fecha han sido muchísimas les teorías que se tejieron alrededor del caso, pero aún son muy pocas las respuestas que se presentan.
Su rostro, sus ojos, sus rastas, sus tatuajes, todo lo que remitiera a Santiago Maldonado podíamos encontrarlo en cada rincón de nuestro país. En banderas, remeras, carteles, pancartas, en todos los medios y redes sociales, durante casi ochenta días “lo vimos” y lo esperamos, hasta que su cuerpo sin vida fue hallado en el Río Chubut.
Pasaron más de dos meses y medio para que lo encuentren allí, en cercanías del mismo lugar en el cual había sido visto por última vez, junto a los miembros de la Comunidad mapuche Pu Lof en Resistencia, dentro de Esquel. Santiago había llegado recientemente a ese lugar, a donde se movilizó convencido de apoyar a los mapuches en los reclamos que él y ellos consideraban justos y necesarios.
Dentro de esos mismos reclamos es que se realizó la protesta de la cual él formó parte, y a la que la Gendarmería Nacional llegó a disuadir convencidos ellos también que su accionar represivo era el correcto, accionar que innumerables agentes llevaron a cabo ante menos de una decena de hombres sin otras armas para defenderse ante esa fuerza de seguridad, que las manufacturadas por ellos mismos.
Y entre esos hombres estaba Santiago, el único que no era mapuche, y el único que ya no está para dar su versión de los hechos, versiones que ante un mismo acontecimiento son muchas y muy disímiles, pero el hecho siempre es uno solo.
A más de cien días de aquel 1ro de agosto, también son muchas las reacciones ante un mismo suceso, hay quiénes lo extrañan cada día, como sus familiares y amigos, hay quienes impunemente se siguen mofando de su desaparición, tal como lo hicieran cuando aún se creía que estaba con vida, y hay quienes lo utilizaron, utilizan y seguirán utilizando con fines políticos, aún a costa de sus propios intereses.
Pero la realidad es una sola, y es que en la actualidad los peritos del caso siguen investigando cuál fue la causa de muerte, para poder a partir de allí desentrañar y eventualmente juzgar la responsabilidad de los efectivos que participaron en el allanamiento dentro de la Comunidad Pu Lof.
La desaparición de Santiago, la posterior confirmación de su muerte, y la incertidumbre que sigue vigente ponen el ojo en un país que lamentablemente de desapariciones seguidas de muerte sabe y mucho, lo hemos padecido y es una herida abierta, de esas que cuesta cicatrizar.
El caso Maldonado sacó a relucir lo más noble y lo más nefasto de los seres humanos, como suele suceder ante circunstancias claves y límites, allí quedaron expuestas tanto las miserias como las grandezas. Pero independientemente de las creencias y adoctrinamientos políticos o sociales que todos poseemos, no hay que quitar el ojo del único hecho concreto ante tanta incertidumbre: Un joven de 28 años con toda una vida por delante encontró la muerte inesperadamente, y con su ausencia dejó un lugar vacío para siempre. Ante eso, lo menos que merece es justicia, verdad y memoria.
La misma memoria que aunque a veces duela, es tan necesaria para no repetir los errores del pasado y en base a eso poder construir un futuro, por nosotros, por los que vendrán y también por los que ya no están.