28 marzo, 2024

Por Mauricio Piñero, para la Revista Trinchera

De las tierras afganas nos llegan noticias de que los talibanes han regresado con todo, incluso poniendo en movimiento a las cancillerías occidentales y sobre todo a Estados Unidos. El grupo paramilitar pashtun islámico ha logrado hacerse con el control de Afganistán y esto coloca a la región intermedia entre el Cercano Oriente y Asia Central en un nuevo capítulo. ¿Qué pasará en el país cercano a la llamada “Ruta de la Seda” moderna?

El 14 de agosto los talibanes anuncian al mundo que lograron el control de toda la nación de Afganistán. Como en el año 1996, luego de una larga guerra civil entre las facciones de los mujaidines islámicos (iniciada en 1992), este grupo paramilitar de tendencias islámicas sunna conservadoras y cercanas a un tipo de wahabismo del Asia Central (conocido como ghazi), toma las riendas del país y abre un nuevo capítulo en su historia y en la región que va desde las puertas de Asia Central desde el Cercano Oriente, muy cerca de las dos repúblicas islámicas que hay allí, Pakistán e Irán.

Si bien los talibanes se jactan de una victoria total, la cuestión no parece sencilla. Cierto es que Estados Unidos parece que se está retirando ante la llegada de los talibanes nuevamente a las cercanías de la capital Kabul. También hay ciertas críticas, por parte del gobierno británico a Joseph Biden por no hacer mucho en el conflicto afgano. Tras una reunión de emergencia del Gabinete británico sobre los recientes acontecimientos en Afganistán, el prmier ministro Boris Johnson dijo a a la prensa de su país que el statu quo en el país centroasiático es bastante grave. A su juicio, los avatares en Afganistán son el resultado inevitable de la decisión del gobierno de Biden, de retirar las tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) del territorio afgano.

Los talibanes han capturado 29 de las 34 capitales provinciales, a pocas semanas de que Estados Unidos complete la retirada total de sus tropas, luego de permanecer en el territorio afgano desde 2001, con el pretexto de luchar contra el terrorismo.En este marco y mediante un mensaje de vídeo, el debilitado presidente de Afganistán, Ashraf Qani, ha sostenido amplias consultas dentro de su gobierno y con los socios internacionales.

El líder del movimiento talibán en Doha (capital de Catar) señaló que su grupo ordenó a los combatientes que se abstengan de cometer actos violentos en Kabul, que permitan el paso seguro a quien decida salir y que pidan a las mujeres que se dirijan a zonas protegidas. Por su parte, el ministro del Interior interino de Afganistán, Abdul Sattar Mirzakwal, descartó la posibilidad de un asalto a la capital del país, Kabul, y prometió que el cambio de gobierno se realizará de manera pacífica. Pero el medio Al Arabiya citó a unas fuentes que indican que el presidente afgano renunciará a su cargo para que se forme una especie de gobierno interino.

Por su parte, Biden movió sus fichas ante tanta confusión. “Hemos comunicado a los representantes de los talibanes en Doha (Catar) que cualquier acción, de su parte sobre el terreno en Afganistán, que ponga en peligro a nuestro personal o a nuestra misión, se enfrentará con una respuesta rápida y contundente de Estados Unidos”, dijo el anciano Biden en un comunicado. Al ampliar sus declaraciones, el mandatario estadounidense aseveró que había autorizado el despliegue de 5000 tropas en el país centroasiático, con el objetivo de “llevar a cabo una retirada ordenada y segura del personal estadounidense y otros aliados (…) que corren un riesgo especial ante el avance de los talibanes”. Asimismo, señaló que había dado instrucciones al secretario de Estado, Antony Blinken, para que apoye al presidente afgano Qani, y a otros dirigentes afganos en su intento por evitar un mayor derramamiento de sangre y buscar un acuerdo político. Pero Biden, pese a las críticas de Londres, defendió la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán, argumentando que las fuerzas afganas eran las llamadas a luchar contra los talibanes en el país.

Los talibanes (“seminaristas del Islam” en idioma pashtun, una de las lenguas más habladas entre los grupos étnicos de Afganistán y que toma prestado vocablos del árabe tradicional) surgieron al calor de la guerra contra la intervención soviética de 1979-1989, combatiendo como uno de los tantos grupos de mujaidines para derrocar al gobierno socialista de Kabul. Si bien los soviéticos se retiraron de Afganistán, el país se vio sumido en una guerra civil en la que los talibanes cobraron importancia. Lo que hay que tener en cuenta es que Afganistán es un país plurinacional. A lo largo de la historia, la región de la moderna Afganistán fue invadida por varios pueblos, que incluyen a los persas, griegos, árabes, turcos y mongoles. Pero desde hace casi el II milenio a.C., viven allí diversos grupos iranios pertenecientes a la gran familia de las lenguas indo-europeas asiáticas. De esta gran familia surgieron los grupos pashtun, que son más del 40 % de la población afgana, y luego le siguen los tayikos, que son casi el 30 %. También están los hazara, pueblo que habla persa, y que representan el 9 % de la población afgana. También viven en Agfanistán los aimak (4 %) y los baluchíes (un 2 %), con sus dialectos iranios muy antiguos, aunque han adoptado préstamos del pashtun moderno. De las invasiones turcas y mongolas quedaron sus herederos, como el caso de los uzbekos (un 9 %), los turcomanos (un 3 %) y algunas antiguas tribus tártaras (1 %).  Los idiomas oficiales de Afganistán son el persa afgano o dari (derivado del persa moderno, emparentado con el de Irán y con el parsis de India), hablado por el 50 % de la población, y el pashtun, hablado por el 35 % de la población. También hay unas 30 lenguas menores, como las habladas por los grupos tribeños como los gutiums, los tokarii y los lullubii. Algunos creen rastrear en algunas poblaciones legados lingüísticos del antiguo elamita y de las lenguas dravidianas pre-arias. El bilingüismo es común, y esta es una de las razones por las cuales los porcentajes resultan variables.

El Islam se convirtió en la religión predominante desde el 1000 d.C. Hoy, los afganos son predominantemente musulmanes (de los cuales aproximadamente 80-89 % son sunníes y 10-19 % son chiíes). Hay también minorías budistas, hinduistas y sijs. Una minoría judía milenaria se ha reducido desde hace algunos años. Entre los tribeños más montañeses incluso se adoran a deidades muy antiguas, que recuerdan al politeísmo de la antigua Mesopotamia. Es decir, estamos ante un mapa muy complejo en Afganistán.

De hecho, los talibanes han querido insertarse entre los grupos musulmanes sunna para fomentar sus ideas islámicas radicales. El movimiento talibán está compuesto fundamentalmente por miembros pertenecientes a minorías étnicas del grupo de los pashtunes,​ junto con voluntarios uzbekos y tayikos. Pero han importado mercenarios del Punjab indo-pakistaní, de Arabia Saudí, de Chechenia y hasta de Bosnia.

Los servicios de inteligencia de Arabia Saudí y Pakistán han creado a este grupo de los talibanes en combate contra la Unión Soviética, y con el apoyo de Estados Unidos, en los tiempos de las presidencias de Jimmy Carter (1977-1981) y Ronald Reagan (1981-1989). Eran considerados “soldados de la libertad” en la lucha contra el “comunismo ateo”. En realidad, se fueron formando al calor de la guerra y recién entre 1987 y 1992 se presentaron al mundo como los talibanes. El movimiento, predominantemente pashtun, apareció por primera vez en seminarios religiosos, en su mayoría pagados con dinero de Arabia Saudí, en los que se predicaba una forma de línea dura del Islam sunna.

Hacia 1992 empezó una larga guerra civil en el país. La promesas hechas por los talibanes, en las áreas pashtun que se encuentran entre Pakistán y Afganistán, fueron restaurar la paz y la seguridad y hacer cumplir su propia versión austera de la sharia, o ley islámica, una vez en el poder. Desde el suroeste de Afganistán, los talibanes ampliaron rápidamente su influencia. En septiembre de 1995 capturaron la provincia de Herat, fronteriza con Irán, y exactamente un año después capturaron la capital afgana, Kabul, derrocando al régimen del presidente Burhanuddin Rabbani, uno de los padres fundadores de los mujaidines afganos que resistieron la ocupación soviética. En 1998, los talibanes controlaban casi el 90% de Afganistán.

Cansados ​​de los excesos de los mujaidinesy de las luchas internas después de la expulsión de los soviéticos, la población afgana en general recibió con buenos ojos a los talibanes, cuando estos aparecieron por primera vez. Su popularidad inicial se debió en gran parte a su éxito erradicando la corrupción, frenando la anarquía y trabajando para que las carreteras y las áreas bajo su control fueran seguras, impulsando así el comercio. No obstante, los talibanes también introdujeron y apoyaron castigos acordes a su estricta interpretación de la ley islámica: ejecutando públicamente a asesinos y adúlteros que habían sido condenados y amputando a los que habían sido declarados culpables de robo.Asimismo, los hombres debían dejarse crecer la barba y las mujeres tenían que llevar un burka que les cubría todo.Los talibanes también prohibieron la televisión, la música, el cine, el maquillaje y desautorizaron que las niñas de 10 años o más fueran a la escuela. Los talibanes fueron acusados ​​de diversos abusos culturales. Un ejemplo notorio fue en 2001, cuando los talibanes siguieron adelante con la destrucción de las famosas estatuas del Buda de Bamiyán en el centro de Afganistán, a pesar de la condena e indignación que esto causó en todo el mundo científico y arqueológico.

Pakistán ha negado repetidamente las acusaciones de que ayudó a darle forma a los talibanes, pero son pocas las dudas de que muchos afganos que inicialmente se unieron al movimiento fueron educados en madrasas (escuelas religiosas) en ese país. Pakistán también fue uno de los únicos tres países, junto a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU), que reconocieron a los talibanes cuando tomaron el poder en 1996. Los talibanes se convirtieron en uno de los focos de atención en todo el mundo tras los ataques al World Trade Center de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Fueron acusados ​​de servirles de santuario a los principales sospechosos de los ataques: Osama bin Laden y su movimiento al Qaeda.El 7 de octubre de 2001, una coalición militar liderada por Estados Unidos lanzó ataques en Afganistán y, para la primera semana de diciembre, el régimen talibán ya se había derrumbado.

El entonces líder del grupo, Mullah Mohammad Omar, y otras figuras importantes, incluido Bin Laden, eludieron la captura a pesar de haber sido una de las persecuciones más grandes del mundo. Según informes, muchos altos dirigentes talibanes se refugiaron en la ciudad paquistaní de Quetta, desde donde guiaron al grupo. Pero Islamabad negó la existencia de lo que se bautizó como el Quetta Shura en Pakistán, un grupo de veteranos del régimen talibán. Sin embargo, durante las recientes conversaciones de paz con Estados Unidos, los talibanes aseguraron que no albergarían de nuevo a al Qaeda, organización que se encuentra muy disminuida.

Pero los talibanes nunca se fueron de Afganistán pese a la invasión yanqui. Luego de varias luchas internas dentro del movimiento, hacia el 2010-2011 se fueron reagrupando y ganando terreno. Mawlawi Hibatullah Akhundzada fue nombrado comandante supremo de los talibanes el 25 de mayo de 2016, después de que Mullah Akhtar Mansour muriera en un ataque con aviones no tripulados estadounidenses. En la década de 1980, participó en la resistencia islamista contra la campaña militar soviética en Afganistán, pero su reputación es más la de un líder religioso que la de un comandante militar. Akhundzada trabajó como jefe de los Tribunales de la Sharia en los años 1990.Se cree que tiene unos 60 años y ha vivido la mayor parte de su vida dentro de Afganistán. Sin embargo, según expertos, mantiene estrechos vínculos con la llamada Quetta Shura, los líderes talibanes afganos que dicen tener su base en la ciudad paquistaní de Quetta.

Biden, anunció en abril de 2021 que todas las tropas estadounidenses habrían abandonado el país para el 11 de septiembre, dos décadas después de los ataques al World Trade Center. Mientras tanto, los talibanes lograron ampliar su fuerza militar y no dudaron en actuar para ser de nuevo un actor de peso en Afganistán.

Se cree que el grupo ahora es más fuerte en número que en cualquier otro momento desde que fueron derrocados en 2001, con hasta 85.000 combatientes a tiempo completo, según estimaciones recientes de la OTAN. Su control del territorio es más difícil de estimar, ya que los distritos van y vienen entre ellos y las fuerzas gubernamentales, pero estimaciones recientes lo sitúan entre un tercio y una quinta parte del país. El avance es más rápido de lo que muchos creían.

Y así lo fue el 15 de agosto del año 2021. El presidente de Afganistán, Qani, mantuvo una conversación telefónica con funcionarios de seguridad y se habló “sobre cómo brindar seguridad a los ciudadanos de Kabul”. En el medio del caos de un cambio de gobierno, hasta el papa Francisco ha instado a poner fin al conflicto en Afganistán. “Me uno a la preocupación unánime por la situación en Afganistán. Les pido que recen conmigo al Dios de la paz para que cese el estruendo de las armas y se encuentren soluciones en torno a una mesa de diálogo”, dijo ese domingo 15 de agosto ante fieles congregados en la plaza de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano.

En las últimas horas, la segunda y la tercera ciudades más grandes del país — Herat, en el occidente y Kandahar, en el sur — han caído en manos de los talibanes, así como la capital de la provincia sureña de Helmand, en donde los militares estadounidenses, británicos y de la OTAN libraron algunas de las batallas más sangrientas durante el conflicto.

Para algunos observadores, lo que sucede en el país centroasiático no es mera coincidencia. De hecho, dicen que Washington, cuya presencia en Afganistán causó un inmenso sufrimiento al pueblo afgano, está reforzando a los talibanes para encontrar una justificación a futuras misiones en pro de sus intereses.

Por su parte, los talibanes no son unos militaristas osados. Han aprendido a hacer diplomacia y hasta pactan con Qani formar una especie de gobierno de coalición nacional. Una vez más se presentan como garantes de la paz. Sabiendo que Washington podrá hacer una nueva jugada en Afganistán, pese al supuesto retiro de tropas, los talibanes no dudan en charlar con la República Popular China. De hecho, a fines de julio pasado hubo una reunión cumbre. El líder de la oficina política de los talibanes en Catar, el mulá Baradar, se reunió el 28 de julio con el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, y con otros altos funcionarios del gigante asiático. El portavoz político de los insurgentes, Naeem Wardak, afirmó en un comunicado que Baradar llegó a China al frente de una delegación compuesta por nueve miembros tras ser invitado oficialmente por Pekín. Se intercambiaron puntos de vista sobre las problemáticas de ambos países en materia política, económica y de seguridad, así como sobre la situación en curso en Afganistán y el proceso de paz.  China, según la versión de los talibanes, afirmó la expansión y la continuidad de su ayuda a la nación afgana y que no interferirá en los asuntos de Afganistán. Pekín también se comprometió a ayudar a resolver problemas y traer la paz a Afganistán. Es todo un clímax de pragmatismo talibán. Siempre han cuestionado a China por los tratos a grupos musulmanes de Sinqiang, donde viven los uigures, pueblo túrquico que practica el Islam sunna, y que ha formado también un grupo paramilitar talibanezco para combatir a Pekín y buscar la autonomía de la región de Umqi. Pero los talibanes dejaron de lado su solidaridad umma y negociaron con los chinos algunas ayudas por si acaso…

Pekín, que comparte unos 60 kilómetros de frontera con Afganistán, por su parte, busca evitar verse afectada por las hostilidades en Afganistán y ya recibió en 2019 a una delegación talibán. Este viaje a China es uno más de la serie de visitas realizadas por los talibanes a diversos países vecinos de Afganistán, la última el pasado 7 de julio cuando una delegación insurgente visitó Irán para tratar “asuntos bilaterales”. Es decir, saben los talibanes que Occidente no se quedará quieto. Lo saben en Teherán también. Todo está muy tenso, y las potencias regionales juegan sus fichas para que no pase a mayores. China e Irán están jugando para endulzar a los talibanes y que sean una especie de aliado para evitar una nueva desintegración fitnaen Afganistán, y que sea aprovechada por grupos extraños como el Daesh para justificar nuevas intervenciones o crear inestabilidad en fronteras ya calientes en la historia moderna. Hay que recordar que Irán comparte grupos étnicos con Afganistán, como el caso de los baluchíes, de donde surgió un extraño grupo paramilitar contra Teherán y que se proclama admirador del Daesh. Los talibanes controlan a raya a los baluchíes afganos y eso puede ser garantía de estabilidad fronteriza.

En febrero de 2020, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN firmaron un acuerdo en su momento declarado “histórico” en el que pactaron el retiro de sus tropas si los talibanes se aferraban a este. Por eso los talibanes saben que la guerra no termina aquí. Tras no reconocer el convenio firmado hace un año, tampoco es previsible que el grupo tema a la última advertencia de Washington. Los talibanes regresaron con todo, pero no sin dificultades. Aún Afganistán es un tablero turbio. Nada está fijo. Hay un tenso final abierto. La Ruta de la Seda está que arde.

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